
Suena agrio. Rompe el silencio cuando más lo ansiabas. Te giras estrechando la almohada. Golpeas el despertador a tientas con la palma derecha extendida. Ni lo miras. Te recuestas buscando el calor que dejó el sendero de tu cuerpo cuando vagaba en la inconsciencia. Pero ya no te acoge igual. Remas contra los segundos con los ojos cerrados mientras piensas en el frío de la ducha que especulas con ahorrarte. En el camino a la oficina atravesando un riego de zombies que empataron tu rutina. Enciendes un Winston para fumarlo a medias por el hueco de la ventanilla. Mierda. Las siete y diez. Santo Domingo. Hago el camino inverso. Rumbo a mi cama
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