jueves, 31 de julio de 2008

LUCERO


Claro que les respeto. Y no sería yo quien prohibiera los Sanfermines. Es solo que no les entiendo. No le veo la gracia a un tipo vestido de andaluz girando sobre un toro, haciendo piruetas, antes de matarlo. Tampoco se crean que soy un ecologista sentimental. Ni de los que comparan el toreo con tirar una cabra del campanario. Pero ver desangrarse un animal estocado hasta que palma no me parece una actividad lúdica ni intelectual. Por muchos huevos que le ponga el maestro. Me parece un espectáculo tan sádico como chorra. El arte, para mí, es otra cosa. Con perdón y olé.

EL CAPRICHO


Llegamos al meollo. El payaso del bemeta azul cruza el carril sin despeinarse raspando tercera. Tu vecino de fila te mira por el cristal como preguntándote entre las lupas hacia dónde te vas a meter. Va a tu altura y se resiste a frenar hasta que Mari Puri se equivoca de intermitente. Y bajan los de Gran Vía. Deseosos de cruzar la puñetera rotonda cuánto antes. Ahí te ves tú agotando el semáforo que te salva del círculo vicioso. Las hay necesarias. Pero las modas estúpidas tienen su coste. Ahora las rotondas llegan a ser unidireccionales. Usted se mete pero solo puede salir por un sitio. Las ponen para que aminoremos la velocidad y demos vueltas como niños de circuito. Póngame siete retondas, redondoletas de esas.

MAR DE CRISTAL


Hay agua en Marte. Lo de la luna, yo que me confieso lunático, es una bobada. Que el sol baile con nosotros, a la vez que la vieja Tierra intenta rodearla, queda solo para los amantes del verso. Nos da igual habernos cargado de un soplido a Plutón. Que sí era un planeta, que si era muy canijo para llamarle así, que si mejor lo dejamos como plutoide… Al final, crean una categoría para discriminarlo y, claro, no tiene nombre. Pues de Plutón, plutoide. Reconozcamos que los científicos son metódicos genios, pero suelen andar faltos de imaginación. Hay agua en Marte, ¿lo dije? Y si hay agua…

HOSPITAL 12 DE OCTUBRE


Silba con estruendo la ambulancia antes de recoger a una vieja que tropezó en el centro comercial. Y, sin embargo, su pálpito se vuelve lento. Su retrueno agonizante. Se giran los que esperan en la parada del bus. Inmóviles. Como nos quedamos todos cuando algo se apaga ante nosotros. Solo fue un golpe, pero el tintineo de las luces anima el instinto trágico del ser humano y lo lleva a uno de sus rincones. Somos pervertidos de la muerte disfrazados entre un mar de vivos. Escapamos al tiempo que corremos hacia ella. Igual que asomamos la cabeza cuando se abre la trastienda de una ambulancia. ¿Para qué? Para destapar la duda.

PAN BENDITO


Si no fuera por esos horteras con bermudas y calcetines no reconoceríamos el verano. En huelga de celo anda el ventilador del bar de la esquina. Estampa julio con orballo la recua de fugitivos de sus rutinas que se agolpan en las terrazas del centro. Café de julio. Los valencianos le llaman de otro modo. Los franceses se sorprenden cuando vuelcas el café al vaso. Te ven extrañados. A los italianos les parece un escarnio. Para ellos, orgullosos de sus cafés, es un insulto la mezcla. Algo así como para los amantes del vino pintar con gaseosa un Rioja. Y yo con mi simpleza. Bien cargado, poco azúcar, y a los cubitos. Un café con hielo, por favor. Terco paleto.

METROPOLITANO


La gente se fija en los largos pasillos, con paneles publicitarios y algún saltimbanqui buscando unas monedas. El apretón de los andenes, el paso a los raíles. Las luces del panel que te anuncia los minutos de aguante. Y yo pensaba en atravesar la ciudad bajo su suelo, por el que pisa el viejo, las pijas en minifalda, yonkies, turistas y castizos, crema con chusma. Todo sucedía arriba. Allá afuera. Subí en Méndez Álvaro buscando Barajas cuando ya conocía Madrid más que por el labio rasgado de Sabina. Pero no me fijé en nada de lo común. Pensé que fuera, sobre mí, alguien pisaba la acera. Mientras yo viajaba en la trastienda de una ciudad indeseable.