
Silba con estruendo la ambulancia antes de recoger a una vieja que tropezó en el centro comercial. Y, sin embargo, su pálpito se vuelve lento. Su retrueno agonizante. Se giran los que esperan en la parada del bus. Inmóviles. Como nos quedamos todos cuando algo se apaga ante nosotros. Solo fue un golpe, pero el tintineo de las luces anima el instinto trágico del ser humano y lo lleva a uno de sus rincones. Somos pervertidos de la muerte disfrazados entre un mar de vivos. Escapamos al tiempo que corremos hacia ella. Igual que asomamos la cabeza cuando se abre la trastienda de una ambulancia. ¿Para qué? Para destapar la duda.
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