
La gente se fija en los largos pasillos, con paneles publicitarios y algún saltimbanqui buscando unas monedas. El apretón de los andenes, el paso a los raíles. Las luces del panel que te anuncia los minutos de aguante. Y yo pensaba en atravesar la ciudad bajo su suelo, por el que pisa el viejo, las pijas en minifalda, yonkies, turistas y castizos, crema con chusma. Todo sucedía arriba. Allá afuera. Subí en Méndez Álvaro buscando Barajas cuando ya conocía Madrid más que por el labio rasgado de Sabina. Pero no me fijé en nada de lo común. Pensé que fuera, sobre mí, alguien pisaba la acera. Mientras yo viajaba en la trastienda de una ciudad indeseable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario